Cómo Complacer a los Demás Se Convirtió en Tu Herramienta de Supervivencia (Y cómo finalmente puedes dejar de cargar con eso)
Pides perdón aunque no sabes bien por qué.
Dices “sí” antes de siquiera preguntarte si realmente quieres hacerlo.
Rebobinas cada conversación en tu cabeza, buscando si dijiste algo que pudiera haber molestado a alguien.
Durante años, yo hice lo mismo.
Me quedaba callada para evitar el conflicto, para “mantener la paz.”
Sonreía aunque por dentro estuviera incómoda, y lo llamaba “ser alivianada.”
Decía que sí cuando quería decir que no, porque Dios no quiera que decepcionara a alguien.
Ese simplemente no era el “rol” que se esperaba de mí.
Pero eso no era paz. Era complacer.
Y no era solo una costumbre.
Era mi forma de sobrevivir.
¿De dónde viene esto?
Desde niñas, a muchas nos enseñaron que ser “buenas” significaba quedarnos calladas y no causar problemas.
Cuando intentábamos defendernos o decir cómo nos sentíamos, nos hacían sentir culpables:
“Me haces sentir mal.”
“Tú ni sabes lo que es cansarse.”
“¡Agradece! Hay gente peor.”
También aprendimos que decir “no” era una falta de respeto.
Nos enseñaron que el respeto se ganaba obedeciendo.
Y que ser “respondona” o “egoísta” era hacer quedar mal a la familia.
“¿Qué va a decir la gente?”
Y si creciste con padres que eran agresivos verbalmente (sí, eso también es trauma, bebé), entonces aprendiste que decir “sí” era la única forma de estar a salvo.
Tu sistema nervioso encontró en complacer una forma de regularse y evitar el peligro emocional.
En resumen: aprendiste que el amor se tenía que ganar, no era algo que simplemente se te daba.
¿Cómo se ve esto en tu vida adulta?
Alguien te pide ayuda, y dices que sí… sin pensarlo.
Ni siquiera te das el espacio de checar contigo misma.
Te desvelas analizando conversaciones:
¿Fui muy dura?
¿Lo dije feo?
¿Y si ya no me habla?
Y cuando por fin consideras decir que no…
¡Bam! Te inunda el miedo.
El miedo a decepcionar. El miedo al rechazo.
El miedo a que te dejen de querer por “cambiar.”
No es que no tengas necesidades.
Es que aprendiste que no era seguro mostrarlas.
¿Cómo puede ayudarte la terapia a soltar esto?
En terapia, trabajamos en reconectar contigo misma: con tu voz, tus deseos, tus límites.
Aprendes a reconocer que tú también importas.
Empiezas a tolerar el incomodísimo sentimiento de que alguien se decepcione, se moleste o ya no te vea como la “buena.”
Aprendes que:
La incomodidad es temporal.
Pero el resentimiento, ese sí dura.
Practicamos poner límites sin vergüenza.
Exploras de dónde vienen tus patrones.
Empiezas a cuidar a tu niña interior.
Y poco a poco, dejas de poner tu valor en las manos de los demás.
Complacer a los demás te mantuvo a salvo.
Pero ya no te está haciendo feliz.
Complacer no era tu defecto.
Era tu escudo.
Y ahora, tienes permiso de soltarlo.